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12 d'octubre: el xoc entre Unamuno i Millán-Astray[modifica]

Coincidint amb l'apertura del curs universitari,[1] el 12 d'octubre es va celebrar de forma solemne la festivitat del Dia de la Raça a Salamanca amb la celebració d'un acte polític-religiós a la catedral —al qual Unamuno no va participar—[2] i un altre de caràcter universitari —presidit per l'escriptor i filòsof— al qual va assistir l'esposa de Franco, Carmen Polo de Franco, el general africanista Millán-Astray, el bisbe de la diòcesi Enrique Plá i Deniel, José María Pemán, el governador militar de la plaça i la resta de forces vives de la ciutat.[3][2] L'esdeveniment va ser obert a Unamuno, perquè posteriorment es donés la paraula als oradors, sense que estigués previst que la màxima autoritat universitària intervingués més tard. .[2][nota 1]

Van intervenir a l'acte,[nota 2] cuyo tema principal era «la exaltación nacional, el Imperio, la raza y la Cruzada [la guerra civil]»,[5][nota 3] el catedrático de Historia Ramos Loscertales, el dominico Beltrán de Heredia, el catedrático de Literatura Maldonado de Guevara y, por último, Pemán.[5] Los dos primeros hablaron sobre «el Imperio español y las esencias históricas de la raza».[1] Maldonado, por su parte, cargó fuertemente contra Cataluña y el País Vasco.[6][nota 4] Pemán acabó su discurso intentando enardecer a sus oyentes: «Muchachos de España, hagamos cada uno en cada pecho un Alcázar de Toledo».[6] Las críticas y amenazas proferidas a todos los que no compartían los ideales de la sublevación, condenados como la antiespaña,[5][6] entre otros puntos, fueron las que suscitaron el rechazo de Miguel de Unamuno.[nota 5] Acto seguido, intervino el rector, cuyas frases difieren según los distintos testigos, cronistas e historiadores, ya que no se dispone de ningún registro grabado o escrito del mismo:[7]

« Ya sé que estáis esperando mis palabras, porque me conocéis bien y sabéis que no soy capaz de permanecer en silencio ante lo que se está diciendo. Callar, a veces, significa asentir, porque el silencio puede ser interpretado como aquiescencia. Había dicho que no quería hablar, porque me conozco. Pero se me ha tirado de la lengua y debo hacerlo. Se ha hablado aquí de una guerra internacional en defensa de la civilización cristiana. Yo mismo lo he hecho otras veces. Pero esta, la nuestra, es solo una guerra incivil. Nací arrullado por una guerra civil y sé lo que digo. Vencer es convencer, y hay que convencer sobre todo. Pero no puede convencer el odio que no deja lugar a la compasión, ese odio a la inteligencia, que es crítica y diferenciadora, inquisitiva (mas no de inquisición).

Se ha hablado de catalanes y vascos, llamándoles la antiespaña. Pues bien, por la misma razón ellos pueden decir otro tanto. Y aquí está el señor obispo [Plá y Deniel], catalán, para enseñaros la doctrina cristiana que no queréis conocer. Y yo, que soy vasco, llevo toda mi vida enseñándoos la lengua española que no sabéis. Ese sí es mi Imperio, el de la lengua española y no...

»
— Miguel de Unamuno (Núñez Florencio 2014, p. 37).[nota 6]

[[Archivo:Escuelas Mayores Salamanca 03.JPG|thumb|Paraninfo del edificio de las Escuelas Mayores de la Universidad de Salamanca, lugar en el que tuvo lugar el acto.]]

La algarabía cortó la alocución del orador. La mayor respuesta se atribuye al general Millán-Astray que, ubicado en un extremo de la presidencia, golpeó la mesa con su única mano y, levantándose, interrumpió al rector —«¿Puedo hablar?, ¿puedo hablar?»—.[5] Su escolta presentó armas y alguien del público gritó: «¡Viva la muerte!».[nota 7] La historiografía no consigue determinar si entonces el militar intervino y si fue ese el momento en que pronunció sus gritos de:

« ¡Mueran los intelectuales! ¡Viva la muerte! »
— José Millán-Astray (Núñez Florencio 2014, p. 37).[nota 8][nota 9]

Millán-Astray continuó con los gritos con que habitualmente se excitaba al pueblo: «¡España!»; «¡una!», respondieron los asistentes. «¡España!», volvió a exclamar Millán-Astray; «¡grande!», replicó el auditorio. «¡España!», finalizó el general; «¡libre!», concluyeron los congregados. Después, un grupo de falangistas ataviados con la camisa azul de la Falange hizo el saludo fascista al retrato de Francisco Franco que colgaba en la pared.[8] Tras las afirmaciones necrófilas del fundador de la Legión, Unamuno habría continuado con su discurso —tampoco hay unanimidad en las palabras pronunciadas—, esta vez cargando directamente contra la réplica de Millán-Astray:

« Acabo de oír el grito de ¡Viva la muerte! Esto suena lo mismo que ¡muera la vida! Y yo, que me he pasado toda mi vida creando paradojas que enojaban a los que no las comprendían, he de deciros como autoridad en la materia que esa paradoja me parece ridícula y repelente. De forma excesiva y tortuosa ha sido proclamada en homenaje al último orador, como testimonio de que él mismo es un símbolo de la muerte. El general Millán Astray es un inválido de guerra. No es preciso decirlo en un tono más bajo. También lo fue Cervantes. Pero los extremos no se tocan ni nos sirven de norma. Por desgracia hoy tenemos demasiados inválidos en España y pronto habrá más si Dios no nos ayuda. Me duele pensar que el general Millán Astray pueda dictar las normas de psicología a las masas. Un inválido que carezca de la grandeza espiritual de Cervantes se sentirá aliviado al ver cómo aumentan los mutilados a su alrededor. El general Millán Astray no es un espíritu selecto: quiere crear una España nueva, a su propia imagen. Por ello lo que desea es ver una España mutilada, como ha dado a entender.

Este es el templo del intelecto y yo soy su supremo sacerdote. Vosotros estáis profanando su recinto sagrado. Diga lo que diga el proverbio, yo siempre he sido profeta en mi propio país. Venceréis pero no convenceréis. Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta, pero no convenceréis porque convencer significa persuadir. Y para persuadir necesitáis algo que os falta en esta lucha, razón y derecho. Me parece inútil pediros que penséis en España.

»
— Miguel de Unamuno (Núñez Florencio 2014, p. 37, revisado).[nota 10][nota 11]

Tras su discurso, varios oficiales echaron mano de sus pistolas,[14] mientras Unamuno salió del paraninfo protegido por Carmen Polo de Franco, que le ofreció el brazo, y por otras personalidades, mientras era increpado con insultos y abucheos, para montarse en un automóvil que lo dejaría en su residencia de la calle de Bordadores salmantina.[5]


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